Portrait of Pope Innocent X Diego Rodriguez De Silva y Velazquez (1599-1660)
Diego Rodriguez De Silva y Velazquez – Portrait of Pope Innocent X
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Pintor: Diego Rodriguez De Silva y Velazquez
Ubicación: Doria Pamphilj Gallery, Rome (Galleria Doria Pamphilj).
A mediados de su periodo artístico, Velázquez visita la capital italiana para adquirir estatuas y pinturas locales, y llevarse calcos para seguir trabajando en su país natal. Fue entonces cuando vio por casualidad al Papa Inocencio X. Como pintor profesional, Velázquez fue capaz de representar todo en su cuadro: las paredes rojas de la habitación, en cuyo interior se encuentra un pesado trono dorado, con un dosel rojo extendido sobre él.
Descripción del cuadro de Diego Velázquez El Papa Inocente.
A mediados de su periodo artístico, Velázquez visita la capital italiana para adquirir estatuas y pinturas locales, y llevarse calcos para seguir trabajando en su país natal. Fue entonces cuando vio por casualidad al Papa Inocencio X.
Como pintor profesional, Velázquez fue capaz de representar todo en su cuadro: las paredes rojas de la habitación, en cuyo interior se encuentra un pesado trono dorado, con un dosel rojo extendido sobre él. En el trono está Inocencio X, de 76 años. Su nombre inspiraba miedo, fue él quien ordenó quemar en la hoguera de la Inquisición a los herejes que se permitían rebelarse contra los mandamientos que impedían al hombre razonar.
En el cuadro, Velázquez ha representado al Papa de manera que nadie puede apartar al espectador de él. Las túnicas blancas como la nieve, enmarcadas por finos y delicados encajes, habrían sido la envidia de cualquier entusiasta de la moda de la época. La sotana estaba cubierta con una sutana de color burdeos que le cubría los hombros y los brazos. Lleva un pañuelo de colores vivos en la cabeza.
El artista fue especialmente capaz de transmitir el rostro del Papa. Tiene un aspecto grisáceo pálido debido al contraste de los tonos rojos. La boca es bastante ancha, pero los labios son muy finos. El rostro está enmarcado por una barba y un bigote no muy gruesos. La nariz es bastante grande. Ligeramente bajado hasta el fondo. Y los ojos no se parecen en nada a los de un anciano. Son pequeños, de color azul pálido, pero muy expresivos. La mirada del inocente X prácticamente atraviesa al lector. Las manos envejecidas, adornadas con numerosos anillos, se bajan a los brazos de la silla.
Velázquez trató de alejarse de las normas y convenciones tradicionales relativas a las representaciones de los papas. Muchos maestros, que no retrataron ni una sola vez a los papas, no se atrevieron a romper los cánones establecidos. Sin embargo, Velázquez trascendió esto, tratando de captar no sólo la apariencia, sino también el estado interior del Papa.
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En el lienzo se presenta a un hombre maduro, sentado en un imponente sillón dorado con respaldo ornamentado. Viste una rica vestimenta roja, característica del alto clero, compuesta por una capa amplia y un camisón blanco con delicados encajes en los puños. Sobre su cabeza, luce un birrete rojo también.
La figura domina la composición gracias a su tamaño y al contraste cromático entre el rojo intenso de sus ropas y el fondo oscuro, casi negro, que enfatiza su presencia. La luz incide directamente sobre su rostro y manos, destacando las arrugas, la expresión severa y los gestos firmes. Su mirada es directa, penetrante, transmitiendo autoridad y quizá cierta desconfianza.
El autor ha empleado una pincelada suelta y vigorosa, especialmente visible en los pliegues de la vestimenta y en el fondo, lo que confiere a la obra un dinamismo inusual para los retratos oficiales de la época. La textura es palpable, casi táctil, alejándose del acabado pulido habitual.
La documentación que sostiene en sus manos sugiere una figura involucrada en asuntos administrativos o legales. Sin embargo, la actitud general –la postura ligeramente tensa, el entrecejo fruncido– insinúa un carácter complejo y posiblemente autoritario. La riqueza de los materiales y la ostentación del poder se contraponen con una cierta crudeza en la representación facial, lo que genera una ambigüedad interesante.
La pintura parece explorar la dualidad inherente a la posición de poder: la necesidad de proyectar autoridad y solemnidad frente a las posibles dudas o conflictos internos. La ausencia de elementos simbólicos evidentes obliga al espectador a concentrarse en la psicología del personaje, interpretando su estado mental a través de sus rasgos físicos y gestos. Se percibe una tensión entre el idealizado protocolo representativo y un retrato más realista, incluso crítico, de la figura retratada.