Portrait of Elizabeth Grigoryevna Temkina in the image of Diana Vladimir Borovikovsky (1757-1825)

El retrato presenta a una mujer joven de tez clara y cabello castaño rojizo recogido en un peinado elaborado, adornado con una media luna dorada. Su mirada se dirige directamente al espectador, transmitiendo una sensación de confianza y serenidad. La luz incide sobre su rostro y parte superior del torso, resaltando la delicadeza de sus facciones y el suave drapeado de la tela blanca que cubre parcialmente su cuerpo.
La mujer descansa en un entorno natural oscuro y boscoso; a su lado, se observa un perro de tamaño mediano, posiblemente un lebrador o una raza similar, que reposa con calma. En el fondo, se vislumbra una estructura arquitectónica fragmentada, quizás las ruinas de un templo o un pabellón, lo cual añade un elemento de misterio y antigüedad a la composición.
La vestimenta, aunque incompleta, sugiere un contexto clásico. La tela blanca que envuelve su cuerpo recuerda a las túnicas de las diosas de la mitología grecorromana. La presencia del perro podría aludir a la lealtad y el compañerismo, atributos asociados con la figura de Diana, diosa de la caza.
La media luna en su cabello es un símbolo inequívoco de esta divinidad lunar. El autor ha empleado una paleta de colores suaves y cálidos, predominando los tonos pastel y ocres, lo que contribuye a crear una atmósfera íntima y contemplativa. La composición ovalada enfatiza la figura central, otorgándole protagonismo absoluto.
La pintura parece explorar temas relacionados con la belleza idealizada, la naturaleza, la nobleza y la conexión entre el ser humano y el mundo clásico. Se percibe un intento de representar no solo a una persona concreta, sino también a un arquetipo femenino asociado con la gracia, la pureza y la fuerza interior. La inclusión del entorno natural y los elementos simbólicos sugiere una reflexión sobre la relación entre la mujer retratada y su propia identidad, posiblemente vinculada a figuras mitológicas o ideales estéticos de la época.