Niños en el museo
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En los principales museos del mundo se debate sobre la edad a la que deben abrir sus puertas a los niños y cómo deben comportarse en las instituciones culturales. En este debate hay dos bandos enfrentados: algunos creen que los niños pequeños deberían tener prohibida la entrada a los museos y que los niños mayores deberían estar estrictamente supervisados por sus padres para controlar el comportamiento de la generación más joven; otros creen que nadie tiene un derecho superior a disfrutar de las grandes obras de arte, es decir, que a ningún grupo se le debería negar el acceso a ellas.
El primer bando insiste en que en los museos, como en los teatros, debe guardarse un estricto silencio. Lo que significa que los padres deben amenazar a sus hijos con el dedo cada vez que los pequeños quieran preguntar: «¿Qué es esto?», o «¿Por qué es así?». Pero, ¿es lo correcto? ¿Qué son las normas de comportamiento y quién las establece?
Muchas personas ven como modelo la tradición de la Inglaterra victoriana, en la que se debía ver al niño pero no oírlo. Creen que los padres deberían tomar como modelo el código de conducta de aquella época y dar a sus hijos una educación adecuada. Pero también las mujeres deberían aparecer en público sólo con guantes y no mantener conversaciones demasiado inteligentes para no avergonzar a los hombres. De lo contrario, ¿dónde está la justicia?
Hay que tener en cuenta que las normas de comportamiento en lugares públicos no son dogmas ni postulados inamovibles. Dependen de la época y el lugar. Por ejemplo, hoy en día es costumbre escuchar música clásica en completo silencio, apoyando las manos en las rodillas. Sin embargo, podemos juzgar por las cartas de Mozart que en su época la actitud ante la obra del compositor se aclaraba con fuertes aplausos o comentarios del público justo durante la interpretación de una sinfonía o sonata del autor. También en el primer teatro de Inglaterra, el famoso «Globe», donde Shakespeare representaba sus obras, había siempre tal bullicio en el auditorio que apenas se oía el discurso de Romeo o Julieta en el balcón.
Entonces, ¿por qué debemos dejar a nuestros hijos en casa, jugando al ordenador, en lugar de llevarlos a una galería y alimentar su sentido de la belleza desde pequeños? Hasta cierto punto, ya se ha encontrado una solución: más de 500 instituciones culturales de todo el mundo se han comprometido a apoyar el programa «Niños en los museos», que incluye la creación de documentos dinámicos elaborados por los visitantes sobre las normas de comportamiento infantil en esos lugares. Esta misma práctica podrían adoptarla los museos y teatros de Kaluga, Moscú, San Petersburgo y todas las ciudades rusas. Este asunto también es bastante peliagudo en Rusia. Es necesario comprender dónde está el límite entre el respeto a las obras de arte y el fomento de una percepción correcta del mundo en nuestros hijos.
Anna Sidorova © Gallerix.ru
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