«La teoría de los sentimientos morales» de Adam Smith
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La «Teoría de los sentimientos morales» (1759) de Adam Smith consolidó a su autor como uno de los filósofos más célebres de la historia. Como todas las grandes obras de filosofía moral, el libro de Smith pertenece a una tradición que se remonta a la antigüedad. Sin embargo, «La teoría de los sentimientos morales» se comprende mejor en el contexto de la Ilustración escocesa del siglo XVIII, ya que su argumento ayuda a reconciliar dos ideas que de otro modo serían contradictorias, propuestas por dos de los titanes intelectuales de esa época. Además, «La teoría de los sentimientos morales» sienta las bases del libro más famoso de Smith, «Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones», publicado en 1776
La Ilustración escocesa produjo dos grandes filósofos morales que ejercieron una enorme influencia en Adam Smith. El primero fue Francis Hutcheson, profesor de Smith en la Universidad de Glasgow y a quien Smith sucedió posteriormente como catedrático de filosofía moral. El segundo fue David Hume, quien también se convirtió en amigo de Smith. Mientras que Hutcheson sostenía que el ser humano posee un «sentido moral» que lo inclina a obrar bien, Hume insistía en que los hombres se guían principalmente por sus pasiones. La «Teoría de los sentimientos morales» de Smith se sitúa en un punto intermedio entre la benevolencia de Hutcheson y el interés propio de Hume. Esta obra se divide en siete partes. Para demostrar que los seres humanos no son meras criaturas egoístas, como las imaginaba Hume, Smith establece la «simpatía» como el concepto central de su filosofía moral. Los estudiantes modernos podrían pensar en la simpatía como una expresión de condolencias, y este era también su significado en el siglo XVIII, pero además significaba, en palabras de Smith, «nuestra empatía con cualquier pasión». Cuando observamos el comportamiento de quienes nos rodean, tomamos nota de cómo nos hace sentir y usamos este sentimiento para formarnos juicios morales, primero sobre su comportamiento y luego sobre el nuestro. Sin embargo, como insiste Hume, nuestras pasiones son poderosas, por lo que no es fácil juzgar correctamente nuestro propio comportamiento. Para ello, Smith argumenta que los seres humanos se apoyan en un «espectador imparcial», un observador imaginario que actúa como una especie de conciencia («el hombre en el pecho», o «el gran habitante del pecho», como Smith lo denomina indistintamente) que nos recuerda cómo personas totalmente desconocidas, ajenas a las pasiones que sentimos en un momento dado, verían nuestra conducta. Estos dos conceptos relacionados — la simpatía y el espectador imparcial — constituyen dos de los temas principales del libro. Si bien Smith no comparte plenamente la visión de Hume sobre el interés propio, tampoco acepta el argumento de Hutcheson sobre un sentido moral que nos impulsa hacia la benevolencia. De hecho, cuando actuamos ante todo por nuestro propio interés, lo hacemos conforme al designio divino. La benevolencia universal es aceptable para los sentimientos, y cuando consultamos al observador imparcial, jamás se nos ocurriría sacrificar el bienestar colectivo en aras de nuestro beneficio personal. Sin embargo, de ello no se deduce que la virtud consista únicamente en la benevolencia, pues la naturaleza no nos destinó a cargar con el sufrimiento ajeno, ni a ver el mundo como Dios lo ve. Por lo tanto, lo mejor es que nos ciñamos a nuestras propias esferas limitadas de actividad e influencia. Así, Smith sitúa el interés propio de Hume en la voluntad divina (irónicamente, pues Hume no era creyente), otro de los temas principales del libro. Al hacerlo, Smith sienta las bases para los argumentos económicos centrados en el individuo y el interés que posteriormente aparecen en «La riqueza de las naciones».
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