1874 Village Paper. graph. pencil, white 55, 4h90, 3 Ivan Ivanovich Shishkin (1832-1898)

Descripción del cuadro "La aldea" de Ivan Shishkin

Ivan Ivanovich Shishkin ocupa uno de los lugares más honorables de la pintura rusa. Sólo pintó paisajes, diluyéndolos ocasionalmente con animales y aves; el estilo distintivo y detallado del pintor es inmediatamente memorable e imposible de olvidar. Cuando aún era estudiante en la Academia de Artes, Iván dedicó mucho espacio a dibujar del natural, por considerarlo un momento especialmente importante en la vida de un maestro de la pintura. Sus primeras visitas a los alrededores de San Petersburgo y Valaam formaron el estilo del pintor. A diferencia de la mayoría de los artistas rusos que salían a menudo y de buen grado al extranjero, él trabajó principalmente en Rusia, en los alrededores de San Petersburgo. Su único viaje al extranjero (a Alemania) se interrumpió por su cuenta antes de que expirara su mandato, ya que echaba de menos su tierra natal.

Shishkin fue considerado ya en vida el más poderoso paisajista ruso. En todos sus cuadros demuestra un asombroso conocimiento del mundo vegetal, reproduciendo con precisión los detalles más finos de ciertos árboles, arbustos y hierbas. Sus cuadros sorprenden por la perfecta veracidad de sus formas. Esta meticulosidad descriptiva puede hacer que la forma parezca ir en detrimento del colorismo. Por eso se valoran especialmente sus obras monocromas, en blanco y negro, grabados y aguafuertes.

La "Aldea" está pintada con lápiz y cal sobre papel. Una vez más, el artista recurre a su tema favorito: las imágenes de la naturaleza rusa, pero en este caso, el cuadro siente claramente la presencia del hombre. Elogiando la inmensidad de su tierra natal con unos recursos pictóricos mínimos, el artista transmite a la perfección la altura del cielo de verano con suaves cúmulos de nubes, y la fantasía de los destartalados edificios de los pueblos, las poderosas fracturas de los árboles y la densidad de la hierba de los bordes de las carreteras. En primer plano, unos gansos blancos pastan en un matorral de flores; más allá, en la carretera, se ve un pequeño rebaño de vacas que pica en la hierba baja.

La casa más cercana al espectador, vieja pero robusta, con una diminuta ventana, está rodeada de dependencias ruinosas cubiertas de paja. Los edificios de la derecha parecen más nuevos y sustanciales. Los frondosos árboles extienden sus ramas hacia el cielo, bordeadas por las alas de los pájaros. El camino rural en la distancia está bordeado de largas sombras, que se doblan en baches y huecos. A pesar de su monocromía, la obra transmite maravillosamente la sensación de un verano medio ruso: el calor del aire, el susurro de las hojas, el olor de la tierra calentada por el día.